Le encantaba nadar. Cada vez que se zambullía en el agua sentía como si el mundo se hundiera de golpe y no existiera más que ella y la inmensa mole que la mecía como a un bebé.
Nada había más maravilloso que introducirse en el mar y dejarse llevar por las olas: remar pero con los brazos (que es más satisfactorio, pensaba, que con un bastón de madera), nadar con todo el cuerpo contra la corriente. Cada tarde se acercaba a la playa, se desprendía de todo lo que la hacía humana y que la separaba de su naturaleza y se unía indivisiblemente al agua. Sabía que pertenecía a ese lugar, y no había nada que pudiera detenerla en esa búsqueda de tierra.
Pero creció y se fue alejando del mar, porque las obligaciones de la vida son muy difíciles de afrontar con un pie en el horizonte. Así que poco a poco se fue olvidando de todo, y desapareció de la playa.
Ahora ha vuelto y es como si una fuerza inmensa la arrastrara hacia el agua. No sabe qué es ni tampoco por qué mira el mar con tanta melancolía. Tumbada en una lona para que la arena no se le meta en el cuerpo y le recuerde las sensaciones que ya no está saboreando, la niña mira el horizonte y apenas puede recordar; porque la memoria evapora lo que lacera, y es el único mecanismo que tenemos los humanos para evitar que el pasado nos destruya o, en su defecto, nos libere.
La niña ya no es una niña y mira el mar. Observa el ir y venir de las olas, tan fijamente que ni el vuelo de una mosca podría interrumpirla. Examina tan intensamente ese mundo que se esconde bajo la capa luminosa del agua que los ojos se le mojan con el salitre. Cuando toma valor, se despoja del miedo, se levanta y se adentra a su océano. Allí, el inmenso monstruo del mar la espera, pero ella ya no le tiene miedo.
El agua se aferra a sus tobillos pataleando, a sus brazos intentando tocar todo lo ancho del mar y a sus sienes que parecen limpias como antaño, cuando sí era una niña, cuando toda esa agua la mecía y no le temía a nada.
La niñagrande no tiene miedo, regresa a su tierra, a su tiempo, a su vida; y nuevamente, siente que nada podrá detenerla.